Prólogo a Clavos en el Alma
Susanna Minguell
Como
quien habla con un hilo de voz saliente del ombligo, agazapada en la oscuridad
de su propia vida.
Clavos en el Alma es el retrato de la herida anatómica que nos mira
después de cada frustración, recordándonos su presencia. Como un crucifijo. La
herida múltiple de un cúmulo de experiencias que se personifica al recordar la
propia batalla. Es la apuesta multifacética de hacer entender el dolor desde la
calma y dar un espacio a aquellas personas que estuvieron, quizás de un modo
más o menos indiferenciado.
Es
difícil hablar del dolor como definición decorativa de un diccionario; nos
atraviesa y deja sin respiración. El dolor es, se siente, está en cada uno de
nosotros. El dolor descansa en el interlineado de un retrato poético. No, el
dolor no se puede definir fuera de unos parámetros metafóricos, donde se
transfigura la herida, tal vez, para poderla digerir. El dolor no pasa por
nuestro cuerpo como un taxi camino al aeropuerto, sino que permanece y se hace
pensamientos y deseos, anhelos y dificultades.
De
un modo personal el punto más libre para hablar de él, quizás para acariciarlo,
es el lenguaje poético. Aquel que nos permite ser libres en un dialogar desde
el mundo simbólico que, únicamente pertenece a cada
uno. Permanece en un espacio de cruce entre lo estático del ahogo y el pasar
del tiempo que nubla la cabeza de canas; ya no te reconoces en las fotografías.
En
un instante de colapso científico emocionalmente divergente muestra el dolor
desde la calma con distintos colores, entre ellos el desasosiego, la
frustración o la tristeza. El dolor no tiene por qué ser siempre punzante, sino
que a veces hace costra desde distintas emociones, no por ello menos intensas.
El dolor también se puede maquillar de sonrisa en algún momento en comparativa
con un entorno hostil, como muestran algunos de los poemas en prosa de Vara.
Aquello
que un día fue punzante y se clavó en el estómago deja siempre, con el pasar de
los años, un halo, una estela como la cola de una estrella. Lo que tuvo un
lugar macabro no se supera, quizás únicamente,
convivimos con ello e intentamos que la vida no se nuble del color de la
amargura. Hay que tener valor para hablar desde las cenizas y explicar con
belleza episodios de intensidad más o menos ocre.
Las
letras aquí escritas son un latido de dos caras de la misma moneda: la
templanza de quien se acepta con una grieta de piel y el grito de rabia que
algún día tuvo un lugar. En este sentido la aparición de la poesía en prosa se
convierte en el fondo de armario que permite comunicar aquello que, en su momento, se enquistó
en alguna parte del cuerpo y así respiramos, profundo y sosegado. La voz que
resuena en este libro no es aquella que tiene como punto de partida el dolor
caliente de víscera, sino la que mira desde un ático aquello que pasa en el
asfalto, como si de un espejo se tratara.
El
eco de las sílabas de José Manuel Vara saludan desde la calma de quien se sabe
de cotidianidad sufriente; desde la resignación del que no pudo hacer más y la
aceptación de la guerra interna que al fin de
cuentas llevamos todos. Es el reconocimiento suave y sencillo de las
particularidades que acompañaron al autor; aquellas que nos dicen hora tras
hora que no somos tan distintos. Sólo es necesario ver. En la caricia de mirada
retrospectiva Vara se encuentra con un pasado a flor de piel y lo transforma,
dando valor al que estuvo en un ejercicio de penetración más o menos intensa.
Vivimos
en un mundo en el que abaratamos a un Otro casi cercano, como si de unas
rebajas post-Navidad se tratara. Una de las apuestas de las hojas que envuelven
este libro es darle un lugar a esa otredad, ejercicio que al mismo tiempo
permite darle valor. Así, en la lectura de segunda capa Vara da valor y
reconocimiento a aquellas personas que formaron parte de su vida y, más que
escribirlo escénicamente, lo refleja la aparición de sus dedicatorias.
Un
instante: un texto, un poema. Una persona: un texto, un poema. El lenguaje
poético es el destello de la lucidez que permite entender este teatro que es la
vida. Esclarece nuestra posición en el universo y al Otro en el mundo frente a
nosotros. Nos pasa a través y, por un momento, convierte el óxido de piel en algo
que, con un poco de suerte, podemos esclarecer. Y eso será con el pasar de los
años, con mirada retrospectiva y humilde de reconciliación con la propia
guerra.
Clavos en el Alma habla de distintos dolores que han tenido lugar en el
trazo no-lineal de la vida del autor, quizás la mía y quién sabe si la tuya
también.
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