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miércoles, 23 de septiembre de 2020

Prólogo a Clavos en el Alma: Susanna Minguell

 Prólogo a Clavos en el Alma

Susanna Minguell

 


 

 

   


Como quien habla con un hilo de voz saliente del ombligo, agazapada en la oscuridad de su propia vida.

 

   Clavos en el Alma es el retrato de la herida anatómica que nos mira después de cada frustración, recordándonos su presencia. Como un crucifijo. La herida múltiple de un cúmulo de experiencias que se personifica al recordar la propia batalla. Es la apuesta multifacética de hacer entender el dolor desde la calma y dar un espacio a aquellas personas que estuvieron, quizás de un modo más o menos indiferenciado.

 

   Es difícil hablar del dolor como definición decorativa de un diccionario; nos atraviesa y deja sin respiración. El dolor es, se siente, está en cada uno de nosotros. El dolor descansa en el interlineado de un retrato poético. No, el dolor no se puede definir fuera de unos parámetros metafóricos, donde se transfigura la herida, tal vez, para poderla digerir. El dolor no pasa por nuestro cuerpo como un taxi camino al aeropuerto, sino que permanece y se hace pensamientos y deseos, anhelos y dificultades.

 

   De un modo personal el punto más libre para hablar de él, quizás para acariciarlo, es el lenguaje poético. Aquel que nos permite ser libres en un dialogar desde el mundo simbólico que, únicamente pertenece a cada uno. Permanece en un espacio de cruce entre lo estático del ahogo y el pasar del tiempo que nubla la cabeza de canas; ya no te reconoces en las fotografías.

 

   En un instante de colapso científico emocionalmente divergente muestra el dolor desde la calma con distintos colores, entre ellos el desasosiego, la frustración o la tristeza. El dolor no tiene por qué ser siempre punzante, sino que a veces hace costra desde distintas emociones, no por ello menos intensas. El dolor también se puede maquillar de sonrisa en algún momento en comparativa con un entorno hostil, como muestran algunos de los poemas en prosa de Vara.

 

   Aquello que un día fue punzante y se clavó en el estómago deja siempre, con el pasar de los años, un halo, una estela como la cola de una estrella. Lo que tuvo un lugar macabro no se supera, quizás únicamente, convivimos con ello e intentamos que la vida no se nuble del color de la amargura. Hay que tener valor para hablar desde las cenizas y explicar con belleza episodios de intensidad más o menos ocre.

 

   Las letras aquí escritas son un latido de dos caras de la misma moneda: la templanza de quien se acepta con una grieta de piel y el grito de rabia que algún día tuvo un lugar. En este sentido la aparición de la poesía en prosa se convierte en el fondo de armario que permite comunicar aquello que, en su momento, se enquistó en alguna parte del cuerpo y así respiramos, profundo y sosegado. La voz que resuena en este libro no es aquella que tiene como punto de partida el dolor caliente de víscera, sino la que mira desde un ático aquello que pasa en el asfalto, como si de un espejo se tratara.

 

   El eco de las sílabas de José Manuel Vara saludan desde la calma de quien se sabe de cotidianidad sufriente; desde la resignación del que no pudo hacer más y la aceptación de la guerra interna que al fin de  cuentas llevamos todos. Es el reconocimiento suave y sencillo de las particularidades que acompañaron al autor; aquellas que nos dicen hora tras hora que no somos tan distintos. Sólo es necesario ver. En la caricia de mirada retrospectiva Vara se encuentra con un pasado a flor de piel y lo transforma, dando valor al que estuvo en un ejercicio de penetración más o menos intensa.

 

   Vivimos en un mundo en el que abaratamos a un Otro casi cercano, como si de unas rebajas post-Navidad se tratara. Una de las apuestas de las hojas que envuelven este libro es darle un lugar a esa otredad, ejercicio que al mismo tiempo permite darle valor. Así, en la lectura de segunda capa Vara da valor y reconocimiento a aquellas personas que formaron parte de su vida y, más que escribirlo escénicamente, lo refleja la aparición de sus dedicatorias.

 

   Un instante: un texto, un poema. Una persona: un texto, un poema. El lenguaje poético es el destello de la lucidez que permite entender este teatro que es la vida. Esclarece nuestra posición en el universo y al Otro en el mundo frente a nosotros. Nos pasa a través y, por un momento, convierte el óxido de piel en algo que, con un poco de suerte, podemos esclarecer. Y eso será con el pasar de los años, con mirada retrospectiva y humilde de reconciliación con la propia guerra.

 

   Clavos en el Alma habla de distintos dolores que han tenido lugar en el trazo no-lineal de la vida del autor, quizás la mía y quién sabe si la tuya también.






Foto de Susanna Minguell: tomada de su Facebook/WEB.
Foto de José Manuel Vara: Sesión fotográfica con Elisabet López.
Cubierta de Clavos en el Alma: Carolina Bensler.


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