Diseccionando la prosa poética de "Clavos en el Alma"
Las
guerras íntimas
Las guerras íntimas se iniciaron con los disparos de metralla desde tu
boca generando reproches que comprendían una infinita gama de negros y grises,
salpicados de tonos de desesperanza, rabia, ira y, ocasionalmente, fracaso
personal…
Ira como detonante, violencia que vendieron como nacida de la nada,
agresividad innata como segunda piel, corazones desgarrados por las fiebres de
la ira, una ira despótica como pedregada desbocada en infierno de tempestades
emocionales. El fragor de la batalla antes de una ruptura, el silencio atroz
tras la derrota del amor, sangre derramada en urinarios de suicidas, semen
acumulado en desagües oxidados tras la muerte de la pasión. Estandartes
ennegrecidos sobre suelo marchito de habitación violenta, arrebato de ira que
nos contaminó con el virus del sufrimiento visceral, irreversiblemente
destructivo como voz rota de viejo cantante de jazz consumido por la heroína…,
y, de fondo, los graznidos omnipresentes de los cuervos, ciñéndose
estrictamente al guión, guión escrito por un demonio menor borracho de ira
malsana, esa violencia subliminal que arrasó universos infinitos de ternura,
donde la rabia mutó en arma de combate cuerpo a cuerpo, encarnecido y
sofisticado en crueldad.
Rabia como odio, ese odio que es
una palabra breve, pero dolorosa, una consonante criminal y tres vocales
hirientes, desgarradoras…
(y una de ellas repetida con orgullo)
Odio es más que un concepto, es una áspera emoción, que se cuaja como
clavos oxidados en el epicentro del corazón. Odio es alambre de espinos, es
campo de concentración, quirófano de miedos y quimioterapia inútil frente a
tumor emocional. Odio es una palabra breve, casi como un suspiro. Odio es rabia
egoísta y frustración narcisista. Odio es dependencia enfermiza, celotipia afectiva,
lujuria de crueldades engendradas en manicomios de angustia y de dolor. El odio
enciende las hogueras de la nueva Inquisición, es una áspera emoción,
que se cuaja como clavos oxidados en el
epicentro del corazón. Odio es alambre de espinos, es campo de concentración,
quirófano de miedos y quimioterapia
inútil frente a tumor emocional. Odio es una palabra breve, casi como un
suspiro. Odio es rabia egoísta y frustración narcisista. Odio es dependencia
enfermiza, celotipia afectiva, lujuria de crueldades engendradas en manicomios
de angustia y de dolor. El odio enciende las hogueras de la nueva Inquisición,
aquella que nos devora por dentro y nos amamanta como psicópatas de feria
ambulante en suburbio infectado por el virus de la mediocridad, que fue creado
en laboratorios de lujo bajo la sombra de enormes fortunas de tipos que se
creen mejor que tú. Odio es una puta del alma. Odio es básicamente rabia, y una
palabra envenenada en el cerebro de un francotirador.
Y el FRACASO EMOCIONAL como conclusión inevitable de esa contienda
absurda por mantener ese delirante status de poseedores de la verdad absoluta,
que tanto daño nos hace, nos hizo, nos hará, invariablemente, hacia dentro, en
lo más profundo de nuestras emociones, que conservábamos en tarros de cristal
impregnados de soluciones de formol, resguardando esa esencia de inocencia de
niño, que sólo usábamos en los momentos de dolor más extremo. Extremo como el
uso de toda tu artillería pesada contra desprotegido corazón, blindado
únicamente por venas cansadas de serlo y arterias heridas en su orgullo, aquel
que nunca, tal vez, tuvieron… y los misiles tierra-aire diezmando,
inmisericordes
(todo en las guerras íntimas lo es)
las escasas ganas que teníamos de luchar “por salvar lo nuestro”.
Nuestro, pronombre POSESIVO de primera persona del plural. Gramática ausente de
sentimientos, afecto y emoción, gramática apocalíptica, gramática fría como
balas perdidas, disparadas en la lejanía del olvido por francotirador mutilado
de afectos,
(afectos que devienen en
odio y el Odio que es básicamente rabia,
y, además, una palabra
envenenada en su cerebro,
que soporta un viejo lastre)
con pesada mochila de carencias afectivas, mochila cosida literalmente a
su espalda, más allá de la ominosa percepción del dolor,
ese dolor extremo. Extremo como este
proyecto de guerra íntima que iniciamos aquel atípico mes de junio, seis meses
después de la muerte de nuestro único hijo en aquel absurdo accidente de
tráfico, accidente que nos condenó
(a la rabia infinita y )
al infierno de una vida vacía, y al coma auto inducido del reproche
infinito, que busca otro culpable que no sea uno mismo, por una vez, por un
instante, por un segundo, ese culpable que no sea yo, pronombre personal de
primera persona del singular.