Clavos en el Alma: Selección de textos (1)
A continuación os dejo la presentación que se hubiera hecho factible en abril de este año, si la pandemia no hubiera impedido celebrar un Sant Jordi convencional el día 23 de abril. El evento estaba preparado y los textos cuidadosamente seleccionados a tal efecto. Pero, no pudo ser, por eso la recupero ahora.
CLAVOS
EN EL ALMA (23 de abril)
presentación
Clavos
en el alma es un proyecto de libro de prosa poética, pero, al mismo tiempo, es
algo más... una especie de peregrinaje interior.
Llevo
algún tiempo sumergido en él, pero la intencionada sinceridad de alguno de sus
textos me produce daños con los que no contaba...
es
bueno mirarse por dentro, sin duda...
José Manuel Vara
Clavos en el Alma es el
retrato de la herida anatómica que nos mira después de cada frustración,
recordándonos su presencia. Como un crucifijo. La herida múltiple de un cúmulo
de experiencias que se personifica al recordar la propia batalla. Es la apuesta
multifacética de hacer entender el dolor desde la calma y dar un espacio a
aquellas personas que estuvieron, quizás de un modo más o menos indiferenciado.
Las letras aquí escritas son un latido de dos caras de la
misma moneda: la templanza de quien se acepta con una grieta de piel y el grito
de rabia que algún día tuvo un lugar. En este sentido la aparición de la poesía
en prosa se convierte en el fondo de armario que permite comunicar aquello que
en su momento se enquistó en alguna parte del cuerpo y así respiramos, profundo
y sosegado. La voz que resuena en este libro no es aquella que tiene como punto
de partida el dolor caliente de víscera, sino la que mira desde un ático
aquello que pasa en el asfalto, como si de un espejo se tratara.
El eco de las
sílabas de José Manuel Vara saludan desde la calma de quien se sabe de
cotidianeidad sufriente; desde la resignación del que no pudo hacer más y la
aceptación de la guerra interna que al fin de
cuentas llevamos todos. Es el reconocimiento suave y sencillo de las
particularidades que acompañaron al autor; aquellas que nos dicen hora tras
hora que no somos tan distintos. Sólo es
necesario ver.
En la caricia de mirada retrospectiva Vara se encuentra
con un pasado a flor de piel y lo transforma, dando valor al que estuvo en un
ejercicio de penetración más o menos intensa.
Susana Minguell
Las guerras íntimas
Las guerras íntimas se iniciaron con los
disparos de metralla desde tu boca generando reproches que comprendían una
infinita gama de negros y grises, salpicados de tonos de desesperanza, rabia,
ira y, ocasionalmente, fracaso personal…
Ira como detonante, violencia que vendieron
como nacida de la nada, agresividad innata como segunda piel, corazones
desgarrados por las fiebres de la ira, una ira despótica como pedregada
desbocada en infierno de tempestades emocionales. El fragor de la batalla antes
de una ruptura, el silencio atroz tras la derrota del amor, sangre derramada en
urinarios de suicidas, semen acumulado en desagües oxidados tras la muerte de
la pasión. Estandartes ennegrecidos sobre suelo marchito de habitación
violenta, arrebato de ira que nos contaminó con el virus del sufrimiento
visceral, irreversiblemente destructivo como voz rota de viejo cantante de jazz
consumido por la heroína…, y, de fondo, los graznidos omnipresentes de los
cuervos, ciñéndose estrictamente al guión, guión escrito por un demonio menor
borracho de ira malsana, esa violencia subliminal que arrasó universos
infinitos de ternura, donde la rabia mutó en arma de combate cuerpo a cuerpo,
encarnecido y sofisticado en crueldad.
Rabia como odio, ese odio que es una palabra breve, pero dolorosa, una
consonante criminal y tres vocales hirientes, desgarradoras…
(y una de ellas repetida con orgullo)
Odio es más que un concepto, es una áspera
emoción, que se cuaja como clavos oxidados en el epicentro del corazón. Odio es
alambre de espinos, es campo de concentración, quirófano de miedos y
quimioterapia inútil frente a tumor emocional. Odio es una palabra breve, casi
como un suspiro. Odio es rabia egoísta y frustración narcisista. Odio es
dependencia enfermiza, celotipia afectiva, lujuria de crueldades engendradas en
manicomios de angustia y de dolor. El odio enciende las hogueras de la nueva
Inquisición, es una áspera emoción,
que se cuaja como clavos
oxidados en el epicentro del corazón. Odio es alambre de espinos, es campo de
concentración, quirófano de miedos y
quimioterapia inútil frente a tumor emocional. Odio es una palabra breve, casi
como un suspiro. Odio es rabia egoísta y frustración narcisista. Odio es
dependencia enfermiza, celotipia afectiva, lujuria de crueldades engendradas en
manicomios de angustia y de dolor. El odio enciende las hogueras de la nueva
Inquisición, aquella que nos devora por dentro y nos amamanta como psicópatas
de feria ambulante en suburbio infectado por el virus de la mediocridad, que
fue creado en laboratorios de lujo bajo la sombra de enormes fortunas de tipos
que se creen mejor que tú. Odio es una puta del alma. Odio es básicamente
rabia, y una palabra envenenada en el cerebro de un francotirador.
Y el FRACASO EMOCIONAL como conclusión
inevitable de esa contienda absurda por mantener ese delirante status de
poseedores de la verdad absoluta, que tanto daño nos hace, nos hizo, nos hará,
invariablemente, hacia dentro, en lo más profundo de nuestras emociones, que
conservábamos en tarros de cristal impregnados de soluciones de formol,
resguardando esa esencia de inocencia de niño, que sólo usábamos en los
momentos de dolor más extremo. Extremo como el uso de toda tu artillería pesada
contra desprotegido corazón, blindado únicamente por venas cansadas de serlo y
arterias heridas en su orgullo, aquel que nunca, tal vez, tuvieron… y los
misiles tierra-aire diezmando, inmisericordes
(todo en las
guerras íntimas lo es)
las escasas ganas que teníamos de luchar
“por salvar lo nuestro”. Nuestro, pronombre POSESIVO de primera persona del
plural. Gramática ausente de sentimientos, afecto y emoción, gramática
apocalíptica, gramática fría como balas perdidas, disparadas en la lejanía del
olvido por francotirador mutilado de afectos,
(afectos que devienen en
odio y el Odio que es básicamente rabia,
y, además, una palabra
envenenada en su cerebro,
que soporta un viejo lastre)
con pesada mochila de carencias afectivas,
mochila cosida literalmente a su espalda, más allá de la ominosa percepción del
dolor,
ese dolor extremo. Extremo como
este proyecto de guerra íntima que iniciamos aquel atípico mes de junio, seis
meses después de la muerte de nuestro único hijo en aquel absurdo accidente de
tráfico, accidente que nos condenó
(a la rabia
infinita y )
al infierno de una vida vacía, y al coma
auto inducido del reproche infinito, que busca otro culpable que no sea uno
mismo, por una vez, por un instante, por un segundo, ese culpable que no sea
yo, pronombre personal de primera persona del singular.
Incomunicación
Cielo
estallando en retina nos muestra su mejor sonrisa, esbozo de mueca
esquizofrénica bajo aséptica luz ultravioleta.
Demonio
convertido en millones de tenedores de plástico clavándose contra las venas de
brazo herido de incomunicación.
La poesía que hace arder las
entrañas
La poesía que contienen los vasos de ginebra
cargados de odios e insatisfacciones, gestados en cadenas cromosómicas
estériles, la poesía que hace arder las entrañas.
La poesía que se reinventa tras puñetazo
fiero de seres humanos hastiados de rutina y diezmados por el diablo de la
mediocridad, la espera pasiva, la falta de intensidad, la apatía existencial de
una génesis uterina cargada de reproches exclusivamente personales e
intransferibles… la poesía que hace arder las entrañas.
Y allí estábamos como supervivientes de un
mundo agonizante y limitado por los neones hirientes de los centros
comerciales, donde se venden almas caducadas envasadas al vacío, cuajadas de
emociones desgarradas por el tiempo, un tiempo que nunca fue nuestro, ni tan
siquiera en el más feliz de nuestros sueños.
Y allí, en lo más alto, desafiante, se
erguía la poesía, esa poesía que hacía arder las entrañas.
Con el viento a favor
Con el viento a favor desplegamos las velas
del delirio para guiar nuestra nave ilusoria contra arrecifes de dolor en
tierra de nadie.
Con el
viento a favor nos dispusimos a aguantar estoicamente las embestidas
neuronales de la química bastarda de una
medicación normalizadora.
Con el
viento a favor comimos al lado de las panteras negras de la emoción,
mezclándonos con la naturaleza salvaje de una noche poseída por luna llena de
sangre.
Con el
viento a favor elegimos un estilo de vida alternativo donde los instintos puros
flotaban libres en el aire de la atmósfera respirable de nuestra imaginación.
Con el
viento a favor decidimos ser los dueños absolutos de nuestra propia existencia
para dejar de tener miedo al estigma del dolor.
Con el
viento a favor.
Con el
viento a favor.
Con el
viento a favor.
Nutrirnos
Nos
nutrimos, o al menos lo intentamos, de
las gotas de rocío abandonadas por el amanecer. Nos nutrimos, o al menos lo
simulamos,
con la penumbra onírica de bosque autista, donde sus
senderos se adentran con fe ciega en nuestros propios miedos interiores…
Una lechuza
de cerámica señala un punto de encuentro en la frondosidad acuosa del bosque de
los sueños donde pedí permiso a los árboles para abrazarlos. Me lo concedieron.
Lo hice. Abracé árboles por ti, y todos nos nutrimos de aquel abrazo a la
naturaleza viva, viva como la esperanza en que vengan tiempos mejores, tiempos
que arrastren melancolías pasadas y traumas no elaborados, duelos mudos y
lágrimas secas… Y que los arrastren como hojas mecidas por aguas violentas en
ríos cristalinos, y que los alejen, y que los arrastren, y que se los lleven, y
que consigamos olvidarlos para volver de nuevo a nutrirnos, o al menos lo
intentemos, de las gotas de rocío abandonadas por el amanecer.
Hay muchos millones de maneras
de romperse por dentro...
Cuando la penumbra estalla bajo vacío de
palabras, más alla del silencio, ese que provoca daños irreversibles a la
altura del corazón, ese daño que te destroza, ese daño que te aniquila, esa
culpa proyectada al epicentro de tu cordura, que deja de serlo y muta en
melancolía... “lo dejé todo por ti”, “todo” y ahora dices que yo soy el
problema...no es justo, no es justo.
Y ambos sabemos que hay muchos millones de
maneras de romperse por dentro... y tú te empeñas en exprimirme sabiendo que
soy un limón seco.
Hay muchos, muchos millones de maneras de
romperse por dentro, de aniquilarse, de destrozarse, de quebrarse, de morir...
cuando la penumbra estalla bajo vacío de palabras, más alla del silencio, ese
que provoca daños irreversibles a la altura del corazón, el silencio que
creamos porque sabemos que hay muchos millones de maneras de romperse por
dentro... y, nosotros, elegimos la peor.
Disfrázate de cuerdo.
¿En qué quieres creer?. Elige tu propio
Dios. En breve, rebajas. En breve, nueva temporada. Elige tu propio infierno.
Disfruta del melodrama. Folla con tu psiquiatra. Elige tu delirio. Miente a
tu psiquiatra. En breve, nueva colección otoño/invierno. Elige tu propio infierno. Dios aún sigue muerto.
(respira)
(coge aire)
Y, sobre todo, paga a tu psiquiatra.
Toma tus medicamentos. Paga a tu psiquiatra. Toma tus medicamentos. Paga a tu
psiquiatra. Disfrázate de cuerdo.
La religión de vivir
en ti
El trabajo
nos absorbe y la vida se disuelve tras los grises de momentos creativos
amputados por la fiereza ciega e inmisericorde de la rutina atroz, devorasueños, escupe dramas, indecente como la mediocridad social imperante a
nuestro alrededor, y bajo sábanas con regusto a trauma construimos nuestro
frágil refugio personal compartido para escapar de nuestros miedos más
abyectos, y creamos momentos estancos de pasión ciega, arrebatada… donde las
pieles se retroalimentan en batallas cuerpo a cuerpo, lengua a lengua,mente a
mente… con sudor como lubricante emocional capaz de devorar abismos interiores,
que, juntos, devienen menos fieros, menos aterradores… sudor y olor a deseo capaces
de apagar mil infiernos…
mientras ternura infinita se extiende como virus por
todas y cada una de las cavidades de nuestros corazones. Corazones como
músculo, músculo como arma visceral, víscera como sentimiento, sentimiento como
religión, la religión de vivir en ti.
RABIA
Rabia, mirándote en el espejo de los mil millones de
fracasos, eres tú.
ODIO
Odio es una
palabra breve, pero dolorosa, una consonante criminal y tres vocales hirientes,
desgarradoras…
(y una de
ellas repetida con orgullo)
Odio es más
que un concepto, es una áspera emoción, que se cuaja como clavos oxidados en el
epicentro del corazón.
Odio es
alambre de espinos, es campo de concentración, quirófano de miedos y
quimioterapia inútil frente a tumor emocional.
Odio es una
palabra breve, casi como un suspiro. Odio es rabia egoísta y frustración
narcisista. Odio es dependencia enfermiza, celotipia afectiva, lujuria de
crueldades engendradas en manicomios de angustia y de dolor.
El odio
enciende las hogueras de la nueva Inquisición, aquella que nos devora por
dentro y nos amamanta como psicópatas de feria ambulante en suburbio infectado
por el virus de la mediocridad, que fue creado en laboratorios de lujo bajo la
sombra de enormes fortunas de tipos que se creen mejor que tú.
Odio es una
puta del alma. Odio es básicamente rabia, y una palabra envenenada en el
cerebro de un francotirador.
Fotografías del autor: Archivos cedidos por Manel Cronenberg
Foto de Susanna Minguell: Tomada de sus páginas web
Portada de Clavos en el Alma: Carolina Bensler