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domingo, 4 de octubre de 2020

Clavos en el Alma: Selección de textos (1)

 Clavos en el Alma: Selección de textos (1)






   




A continuación  os dejo la presentación que se hubiera hecho factible en abril de este año, si la pandemia no hubiera impedido celebrar un Sant Jordi convencional el día 23 de abril. El evento estaba preparado y los textos cuidadosamente seleccionados a tal efecto. Pero, no pudo ser, por eso la recupero ahora. 


CLAVOS EN EL ALMA (23 de abril)

presentación

 

Clavos en el alma es un proyecto de libro de prosa poética, pero, al mismo tiempo, es algo más... una especie de peregrinaje interior.

Llevo algún tiempo sumergido en él, pero la intencionada sinceridad de alguno de sus textos me produce daños con los que no contaba...

es bueno mirarse por dentro, sin duda...

 



José Manuel Vara

   Clavos en el Alma es el retrato de la herida anatómica que nos mira después de cada frustración, recordándonos su presencia. Como un crucifijo. La herida múltiple de un cúmulo de experiencias que se personifica al recordar la propia batalla. Es la apuesta multifacética de hacer entender el dolor desde la calma y dar un espacio a aquellas personas que estuvieron, quizás de un modo más o menos indiferenciado.

Las letras aquí escritas son un latido de dos caras de la misma moneda: la templanza de quien se acepta con una grieta de piel y el grito de rabia que algún día tuvo un lugar. En este sentido la aparición de la poesía en prosa se convierte en el fondo de armario que permite comunicar aquello que en su momento se enquistó en alguna parte del cuerpo y así respiramos, profundo y sosegado. La voz que resuena en este libro no es aquella que tiene como punto de partida el dolor caliente de víscera, sino la que mira desde un ático aquello que pasa en el asfalto, como si de un espejo se tratara.

   El eco de las sílabas de José Manuel Vara saludan desde la calma de quien se sabe de cotidianeidad sufriente; desde la resignación del que no pudo hacer más y la aceptación de la guerra interna que al fin de  cuentas llevamos todos. Es el reconocimiento suave y sencillo de las particularidades que acompañaron al autor; aquellas que nos dicen hora tras hora que no somos tan distintos.  Sólo es necesario ver.

En la caricia de mirada retrospectiva Vara se encuentra con un pasado a flor de piel y lo transforma, dando valor al que estuvo en un ejercicio de penetración más o menos intensa.

Susana Minguell

 




Las guerras íntimas

 

 

   Las guerras íntimas se iniciaron con los disparos de metralla desde tu boca generando reproches que comprendían una infinita gama de negros y grises, salpicados de tonos de desesperanza, rabia, ira y, ocasionalmente, fracaso personal…

 

   Ira como detonante, violencia que vendieron como nacida de la nada, agresividad innata como segunda piel, corazones desgarrados por las fiebres de la ira, una ira despótica como pedregada desbocada en infierno de tempestades emocionales. El fragor de la batalla antes de una ruptura, el silencio atroz tras la derrota del amor, sangre derramada en urinarios de suicidas, semen acumulado en desagües oxidados tras la muerte de la pasión. Estandartes ennegrecidos sobre suelo marchito de habitación violenta, arrebato de ira que nos contaminó con el virus del sufrimiento visceral, irreversiblemente destructivo como voz rota de viejo cantante de jazz consumido por la heroína…, y, de fondo, los graznidos omnipresentes de los cuervos, ciñéndose estrictamente al guión, guión escrito por un demonio menor borracho de ira malsana, esa violencia subliminal que arrasó universos infinitos de ternura, donde la rabia mutó en arma de combate cuerpo a cuerpo, encarnecido y sofisticado en crueldad.

   Rabia como odio, ese odio que  es una palabra breve, pero dolorosa, una consonante criminal y tres vocales hirientes, desgarradoras…

 

   (y una de ellas repetida con orgullo)

 

   Odio es más que un concepto, es una áspera emoción, que se cuaja como clavos oxidados en el epicentro del corazón. Odio es alambre de espinos, es campo de concentración, quirófano de miedos y quimioterapia inútil frente a tumor emocional. Odio es una palabra breve, casi como un suspiro. Odio es rabia egoísta y frustración narcisista. Odio es dependencia enfermiza, celotipia afectiva, lujuria de crueldades engendradas en manicomios de angustia y de dolor. El odio enciende las hogueras de la nueva Inquisición, es una áspera emoción,

que se cuaja como clavos oxidados en el epicentro del corazón. Odio es alambre de espinos, es campo de concentración, quirófano de miedos  y quimioterapia inútil frente a tumor emocional. Odio es una palabra breve, casi como un suspiro. Odio es rabia egoísta y frustración narcisista. Odio es dependencia enfermiza, celotipia afectiva, lujuria de crueldades engendradas en manicomios de angustia y de dolor. El odio enciende las hogueras de la nueva Inquisición, aquella que nos devora por dentro y nos amamanta como psicópatas de feria ambulante en suburbio infectado por el virus de la mediocridad, que fue creado en laboratorios de lujo bajo la sombra de enormes fortunas de tipos que se creen mejor que tú. Odio es una puta del alma. Odio es básicamente rabia, y una palabra envenenada en el cerebro de un francotirador.

 

   Y el FRACASO EMOCIONAL como conclusión inevitable de esa contienda absurda por mantener ese delirante status de poseedores de la verdad absoluta, que tanto daño nos hace, nos hizo, nos hará, invariablemente, hacia dentro, en lo más profundo de nuestras emociones, que conservábamos en tarros de cristal impregnados de soluciones de formol, resguardando esa esencia de inocencia de niño, que sólo usábamos en los momentos de dolor más extremo. Extremo como el uso de toda tu artillería pesada contra desprotegido corazón, blindado únicamente por venas cansadas de serlo y arterias heridas en su orgullo, aquel que nunca, tal vez, tuvieron… y los misiles tierra-aire diezmando, inmisericordes

 

   (todo en las guerras íntimas lo es)

 

   las escasas ganas que teníamos de luchar “por salvar lo nuestro”. Nuestro, pronombre POSESIVO de primera persona del plural. Gramática ausente de sentimientos, afecto y emoción, gramática apocalíptica, gramática fría como balas perdidas, disparadas en la lejanía del olvido por francotirador mutilado de afectos,

 

(afectos que devienen en odio  y el Odio que es básicamente rabia,

y, además, una palabra envenenada en su cerebro,

que soporta un  viejo lastre)

 

   con pesada mochila de carencias afectivas, mochila cosida literalmente a su espalda, más allá de la ominosa percepción del dolor,

ese dolor extremo. Extremo como este proyecto de guerra íntima que iniciamos aquel atípico mes de junio, seis meses después de la muerte de nuestro único hijo en aquel absurdo accidente de tráfico, accidente que nos condenó

 

   (a la rabia infinita y )

 

   al infierno de una vida vacía, y al coma auto inducido del reproche infinito, que busca otro culpable que no sea uno mismo, por una vez, por un instante, por un segundo, ese culpable que no sea yo, pronombre personal de primera persona del singular.

 

 

 

Incomunicación

 

 

 

   Cielo estallando en retina nos muestra su mejor sonrisa, esbozo de mueca esquizofrénica bajo aséptica luz ultravioleta.

    Demonio convertido en millones de tenedores de plástico clavándose contra las venas de brazo herido de incomunicación.

 

 

La poesía que hace arder las entrañas

 

     La poesía que contienen los vasos de ginebra cargados de odios e insatisfacciones, gestados en cadenas cromosómicas estériles, la poesía que hace arder las entrañas.

    La poesía que se reinventa tras puñetazo fiero de seres humanos hastiados de rutina y diezmados por el diablo de la mediocridad, la espera pasiva, la falta de intensidad, la apatía existencial de una génesis uterina cargada de reproches exclusivamente personales e intransferibles… la poesía que hace arder las entrañas.

    Y allí estábamos como supervivientes de un mundo agonizante y limitado por los neones hirientes de los centros comerciales, donde se venden almas caducadas envasadas al vacío, cuajadas de emociones desgarradas por el tiempo, un tiempo que nunca fue nuestro, ni tan siquiera en el más feliz de nuestros sueños.

    Y allí, en lo más alto, desafiante, se erguía la poesía, esa poesía que hacía arder las entrañas.


 

 

Con el viento a favor

 


   Con el viento a favor desplegamos las velas del delirio para guiar nuestra nave ilusoria contra arrecifes de dolor en tierra de nadie.

   Con el viento a favor nos dispusimos a aguantar estoicamente las embestidas neuronales  de la química bastarda de una medicación  normalizadora.

    Con el viento a favor comimos al lado de las panteras negras de la emoción, mezclándonos con la naturaleza salvaje de una noche poseída por luna llena de sangre.

    Con el viento a favor elegimos un estilo de vida alternativo donde los instintos puros flotaban libres en el aire de la atmósfera respirable de nuestra imaginación.

    Con el viento a favor decidimos ser los dueños absolutos de nuestra propia existencia para dejar de tener miedo al estigma del dolor.

    Con el viento a favor.

    Con el viento a favor.

    Con el viento a favor.

 

 

 

 

Nutrirnos

 

   Nos nutrimos,  o al menos lo intentamos, de las gotas de rocío abandonadas por el amanecer. Nos nutrimos, o al menos lo simulamos,

con la penumbra onírica de bosque autista, donde sus senderos se adentran con fe ciega en nuestros propios miedos interiores…

 

   Una lechuza de cerámica señala un punto de encuentro en la frondosidad acuosa del bosque de los sueños donde pedí permiso a los árboles para abrazarlos. Me lo concedieron. Lo hice. Abracé árboles por ti, y todos nos nutrimos de aquel abrazo a la naturaleza viva, viva como la esperanza en que vengan tiempos mejores, tiempos que arrastren melancolías pasadas y traumas no elaborados, duelos mudos y lágrimas secas… Y que los arrastren como hojas mecidas por aguas violentas en ríos cristalinos, y que los alejen, y que los arrastren, y que se los lleven, y que consigamos olvidarlos para volver de nuevo a nutrirnos, o al menos lo intentemos, de las gotas de rocío abandonadas por el amanecer.

 


 

 

Hay muchos millones de maneras

 de romperse por dentro...

  

   Cuando la penumbra estalla bajo vacío de palabras, más alla del silencio, ese que provoca daños irreversibles a la altura del corazón, ese daño que te destroza, ese daño que te aniquila, esa culpa proyectada al epicentro de tu cordura, que deja de serlo y muta en melancolía... “lo dejé todo por ti”, “todo” y ahora dices que yo soy el problema...no es justo, no es justo.

   Y ambos sabemos que hay muchos millones de maneras de romperse por dentro... y tú te empeñas en exprimirme sabiendo que soy un limón seco.

  Hay muchos, muchos millones de maneras de romperse por dentro, de aniquilarse, de destrozarse, de quebrarse, de morir... cuando la penumbra estalla bajo vacío de palabras, más alla del silencio, ese que provoca daños irreversibles a la altura del corazón, el silencio que creamos porque sabemos que hay muchos millones de maneras de romperse por dentro... y, nosotros, elegimos la peor.

 

 

Disfrázate de cuerdo.

   ¿En qué quieres creer?. Elige tu propio Dios. En breve, rebajas. En breve, nueva temporada. Elige tu propio infierno. Disfruta  del melodrama. Folla  con tu psiquiatra. Elige tu delirio. Miente a tu psiquiatra. En breve, nueva colección otoño/invierno. Elige  tu propio infierno. Dios aún sigue muerto.


   (respira)


   (coge aire)


   Y, sobre todo, paga a tu psiquiatra. Toma tus medicamentos. Paga a tu psiquiatra. Toma tus medicamentos. Paga a tu psiquiatra. Disfrázate de cuerdo.

 

 

La religión de vivir en ti

 

   El trabajo nos absorbe y la vida se disuelve tras los grises de momentos creativos amputados por la fiereza ciega e inmisericorde de la rutina atroz, devorasueños, escupe dramas, indecente como la mediocridad social imperante a nuestro alrededor, y bajo sábanas con regusto a trauma construimos nuestro frágil refugio personal compartido para escapar de nuestros miedos más abyectos, y creamos momentos estancos de pasión ciega, arrebatada… donde las pieles se retroalimentan en batallas cuerpo a cuerpo, lengua a lengua,mente a mente… con sudor como lubricante emocional capaz de devorar abismos interiores, que, juntos, devienen menos fieros, menos aterradores… sudor y olor a deseo capaces de apagar mil infiernos…

mientras ternura infinita se extiende como virus por todas y cada una de las cavidades de nuestros corazones. Corazones como músculo, músculo como arma visceral, víscera como sentimiento, sentimiento como religión, la religión de vivir en ti.

 

RABIA

Rabia, mirándote en el espejo de los mil millones de fracasos, eres tú.

 

 

ODIO

 

    Odio es una palabra breve, pero dolorosa, una consonante criminal y tres vocales hirientes, desgarradoras…

    (y una de ellas repetida con orgullo)

    Odio es más que un concepto, es una áspera emoción, que se cuaja como clavos oxidados en el epicentro del corazón.

     Odio es alambre de espinos, es campo de concentración, quirófano de miedos y quimioterapia inútil frente a tumor emocional.

    Odio es una palabra breve, casi como un suspiro. Odio es rabia egoísta y frustración narcisista. Odio es dependencia enfermiza, celotipia afectiva, lujuria de crueldades engendradas en manicomios de angustia y de dolor.

    El odio enciende las hogueras de la nueva Inquisición, aquella que nos devora por dentro y nos amamanta como psicópatas de feria ambulante en suburbio infectado por el virus de la mediocridad, que fue creado en laboratorios de lujo bajo la sombra de enormes fortunas de tipos que se creen mejor que tú.

    Odio es una puta del alma. Odio es básicamente rabia, y una palabra envenenada en el cerebro de un francotirador.

 







Fotografías del autor: Archivos cedidos por Manel Cronenberg
Foto de Susanna Minguell: Tomada de sus páginas web
Portada de Clavos en el Alma: Carolina Bensler 



 

 

 

 

 

 

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